Hace casi una década entré por primera vez por las puertas de la corporación para la que trabajo hoy día. Lo había conseguido, después de años luchando por meter el pie en el sector de la comunicación, ahora iba a trabajar con los grandes.
Diez años después cada vez que entraba por esas mismas puertas se me encogía el corazón, la respiración entrecortada y todos mis músculos en tensión. No sabía qué otra cosa podía hacer, había quedado reducida a un despojo de aquella persona a la que entrevistaron para un curro de asistente. Podría haberlo dejado, pero no era ninguna de esas directoras de departamento que ganaban salarios de 6 cifras y se podían permitir el lujo de ahorrar. Yo era del montón, de ese que hacía un buen trabajo y se hacía tan buena en lo suyo que ya no podían ascenderla.
La falta de experiencia me cerraba las puertas a otras empresas, o eso creía yo, y es que para aquel entonces yo ya había dejado de creer en mí misma, en ser capaz de avanzar, crear y hacer cosas nuevas – todas mis tareas eran la misma tarea, repetida una y otra vez, perdida entre hojas de cálculo hasta el infinito.
Así que hace unos años decidí convertirme en una party girl; como el que toma la decisión de comprarse unos zapatos rojos o negros; pues yo me fui de fiesta. De un día para otro, o más bien, de la mañana a la noche, cambié las celdas del excel por el bajo del House, Drum&Base y el Trance; y mi cortado con leche de soja por los nuevos amigos inseparables de fatigas que me abrieron las puertas del cielo.
A todas vosotras que os encuentro en el metro con el café a primera hora de la mañana y el rímel corrido, del club a la oficina, yo os saludo. A vosotras que evitáis a toda costa que la corporacion os quite la pizca de humanidad que os queda al ritmo de Carl Cox, yo os saludo. Porque como dice Sia : “Party Girls don’t get hurt”.
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