Ayer tuve una de esas conversaciones con mi jefe que las mujeres evitamos, de mala manera y muchas veces sin ni siquiera darnos cuenta, en detrimento de nuestro futuro. Es la famosa subida salarial.
Dinero mezclado con trabajo es una conversación difícil donde las haya. Investigamos un poco la cantidad y calidad del trabajo que hacemos, las responsabilidades y lo que otras empresas van pagando. Al final, el problema no es que no sepamos que lo justo sería ganar más, sino que nos ponemos a nosotras mismas en duda, empezamos a juzgar a la baja el valor económico de lo que hacemos. Nos cuestionamos que si nos lo “mereciésemos” ya nos habrían dado un aumento de sueldo, por lo tanto ¿no será que igual no nos lo merecemos?
Nos han enseñado, y hemos vivido desde pequeñas, que no es normal eso de que las mujeres “tengan el poder”. En una sociedad donde el dinero es equivalente a poder, nos ponemos en alerta y pensamos dos/tres/cuatro veces, las que sea, eso de sentarnos en frente de nuestro jefe, con la misma dignidad que él y soltarle que el valor de lo que hacemos es tanto, y se paga con x cantidad de dinero. ¿Debería ser fácil no? Hago este trabajo por lo tanto me debes esto. Pues no tan fácil si eres mujer.
Ayer me tocó explicar una de estas bases del sistema capitalista a mi superior y acabé hasta los mismísimos ovarios de escuchar algunas de las más ridículas excusas que se pueden echar a una persona a la cara. Tuve que luchar mis argumentos con uñas y dientes, invalidando todos sus pretextos, sin emociones. Todavía tuve que salir pensando que igual mi trabajo era una mierda y que lo justo sería arrodillarme ante mi jefe para suplicar clemencia por mi desfachatez y que me dejasen seguir trabajando en la compañía por menos dinero si cabe, igual de gratis y todo.
Entre las joyitas que tuve que escuchar ayer:
- “Llega un momento en la vida de cada puesto de trabajo en que no se puede crecer más” – esto es lo que te dice tu jefe cuando cobras el mínimo de tu grado laboral para ver si te retractas y bajas la cabeza, ahí es donde la respuesta debe ser “pero yo hago más que lo que describe mi contrato, el volumen de trabajo de trabajo ha amantado (por lo tanto sí se puede crecer más) y estoy en lo mínimo que se le da a mi grado” – haz tus deberes.
- “El problema es que tienes que trabajar en tu desarrollo y no puedes esperar que tu jefe te coja de la mano y te lleve” – es lo que te dice tu jefe dice para que parezca que la culpa es tuya, a lo que tienes que responder: “He solicitado estas tareas y se me denegaron, he solicitado estas prácticas y se me denegaron, solicité hacer este curso y se me denegó; he intentado mejorar pero me he encontrado con una pared que me impide crecer” – asegúrate de que cada uno de tus intentos por mejorar han quedado bien escritos y no te olvides de ninguno.
- Vuelve a repetirse diciendo que “debes hacer más por tu desarrollo”, pero con diferentes palabras – vas por buen camino, a tu jefe no le quedan realmente argumentos para justificar que tú no has hecho tus deberes, así que cárgate de paciencia y vuelve a repetirle todo lo que has dicho con anterioridad, sin emociones, como si fuese la lista de la compra, pero con mucha seguridad y mirándole a los ojos. Que no se equivoque contigo, que tenemos nuestros datos contrastados y a bien recaudo, en nuestro cerebro y el Outlook; si él no se baja del burro, tú tampoco.
¿Por qué los hombres no tienen ese problema? Veo continuamente a mis compañeros masculinos solicitando subidas salariales por las más ridículas de las razones: “Ayer cerré dos informes, antes de ayer hice 12 llamadas, y hoy he cambiado el tóner a la fotocopiadora, por lo tanto me merezco que me subas el sueldo un 25%”. Lo único que me entra en la cabeza es pensar que “¡es tu trabajo gilipollas!” Eso es por lo que te pagan, ¿Por qué te tienen que dar una subida salarial por hacer lo básico? Pero la obtienen, porque la han pedido. Entonces, si se la dan a ellos ¿por qué no me la dan a mí? ¿Y por qué la tengo que luchar como si estuviese en el circo romano jugándomela con 12 leones?
Por dos razones, porque muchas veces ni la pedimos ni nos creemos que la merezcamos; no podemos plantarnos delante de nuestro jefe con vocecilla de “por favor, perdónanos la vida”, sino con la certeza de quien ha hecho esto toda su vida. Dinero es poder, pero no el poder superfluo que nos pintan en las películas sobre Wall Street, es poder de decidir qué comer ese día, es poder cogerte unas vacaciones al año en Marruecos o Ibiza y no en la casa del pueblo de tus padres, es poder comprarte un abrigo decente en lugar de uno del Primark que ni te quita el frío. Dinero es poder, poder de elección, y como todo poder hay que demandarlo. No hay favores que valgan, sólo hechos. Si crees que te lo mereces, haz como cualquier tío y pídelo, aunque sólo sea porque has cambiado ya tres veces el tóner de la puta fotocopiadora.
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